No es que seamos aves de mal agüero, ni que nos las lancemos de pitonisos, pero el futuro de la UCA se ve bien turbio. Con las cuentas congeladas, sus propiedades bloqueadas y con los orcos del reino batracio a la orilla sonando sus cascos en son de guerra, la vaina está más fea que la Vieja Arrimada.
Vamos por parte, diría Jack Destripador, para desmenuzar por qué la dictadura de Daniel “El Masacrador de niños” se quiere robar la UCA.
Como excusa principal está que de ahí salió la chavalada a marchar contra el incendio de Indio Maíz y después contra las reformas al Seguro Social que dieron inicio a las protestas bien jaladas del 18 de abril de 2018.
Las viejas facturas de la Familia Ortega Murillo
Olvídense que la arrechura del Bachiller es por la posición de los jesuitas y rectores contra la barbarie sandinista, o porque el papa Francisco, que también es jesuita, llamó desequilibrado, guarango y trompudo al Coma-andante.
No, esos son cuentos chinos. La presión le viene de la voz agria y cancerígena de la “Compañera”, quien noche y día le recuerda que la UCA tiene viejas facturas pendientes que pagarle a la familia.
Ahora sí, vamos de viaje.
En principio, la Vieja Arrimada achaca a la UCA la culpa de que a Ortega le llamen “Bachiller” y no “licenciado”.
Y es que Ortega, debe saberse, quiso ser abogado y se matriculó en la UCA en los años 60, pero solo aguantó un semestre y medio porque el maní no le daba para aprender sobre códigos civiles, materias penales y teorías del derecho.
Así nació “El bachiller”
Lo suyo era robar bancos, poner bombas, matar gente, confiscar casas, abusar niñas y masacrar niños, de modo que al ver que no daba la talla, se retiró solo y el diploma de licenciado en algo nunca se pudo colgar en la casa que le piñateó a Jaime Morales Carazo.
Al no tener un título universitario que ostentar, algunos rectores sapos como Telémaco Talavera, no tuvieron más opción que nombrarlo formalmente “Bachiller José Daniel Ortega Saavedra” en las ceremonias a donde lo invitaron.
De modo que el título de “bachi” que le pusieron, termino como apodo para burlarse de sus nulos méritos académicos que, alegremente, le heredó a sus hijos.
Porque, de nuevo aquí vamos, debe saberse que sus hijos Juan Carlos, Maurice, Laureano y Daniel Edmundo, también ingresaron a la UCA y dieron pena como su padre en los años 60.
Si bien algunos de ellos obtuvieron títulos, fue casi de cortesía, por aquello de que ningún docente se quería arriesgar a recibir un balazo por ponerle cero a los hijos del bachiller.
Pero aún más.
La amargura poética de Rosario Murillo, la Vieja Arrimada
La UCA nunca publicó los “poemas” de la Vieja Arrimada, no le dedicó graduaciones ni la invitó jamás a alguna clase a hablar de literatura, cosa que si ocurrió con poetas como Gioconda Belli, o como Claribel Alegría, a quien le otorgaron el diploma de honor al mérito en 1999.
Ya se imaginarán la amargura de la Chamuca.
Entonces, para no hacer largo el cuento, a la familia Ortega-Murillo no le ha ido bien con la UCA y piensan que ahora que tienen el poder, es hora de saldar deudas.
Y aunque nos duela y nos arreche de solo pensarlo, es posible que la UCA termine 2023 en manos del reino batracio, marchando a la plaza los 19, bailando El Komandante Zekeda y con algunos otros cambios que ya vemos venir.
Aparte de banderas rojinetras por todos lados, un Chayopalo en cada entrada, rótulos gigantes de la pareja asecínica y policías cada metro cuadrado, lo primero que harían es cambiarle el nombre.
Las opciones pueden variar entre “Universidad Cardenal Miguel Obando y Bravo”, “Universidad Miguel D’Escoto” o “Universidad 19 de Julio” o “Universidad Victoria de los Pueblos”.
El rector, sea quien sea, posiblemente Gustavo Leytón o Juan Caldera, lo primero que hará es nombrar oficialmente licenciado, ingeniero, arquitecto y doctor al bachiller Daniel “Masacrador de niños” Ortega.
¡En tu cara, Luis Andino!
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Luego, a curar las otras heridas: todas las notas de los Ortega-Murillo van a subir a 200, aunque el límite de calificación sea 100.
Además, recibirán diplomas Magna Cum Laude, para borrar la afrenta de los viejos años de bajas calificaciones.
En el Instituto de Lenguas de la UCA se eliminarán los cursos de inglés para que los compañeros no sigan aspirando al parole y se les ofrecerá chino y ruso.
El Batman que por años ha adornado la entrada, será cambiado por una estatua del Guasón, por aquello de que el payaso es enemigo de una familia rica, es delincuente y va contra los buenos valores morales de la sociedad. Es decir, un excelente modelo de compañero sandinista.
Cátedras del Más Allá
Y ya iniciada la charanga se visualizan otros cambios. El Aula Magna se llamará Fidel Castro; el Instituto de Género se denominará William Grigsby, se abrirá un salón de manicure revolucionario Wálmaro Gutiérrez y retornará a dar clases Edwin Castro, en un aula con sillas reclinables y almohadones mullidos para descansar por si le da sueño a los 10 minutos de clases.
Los libros de Guillermo Rosthchuh que por años se regalaban por docena a los estudiantes de Comunicación, serán sustituidos por ejemplares de La Paciente Impaciencia de Tomás Borge.
Además, se abrirán nuevas clases y cátedras: Evertz Cárcamo daría la clase de “cómo terminar la carrera en 20 años”, Marcio Vargas Arana daría clases de locución y dicción y Enrique Quiñonez la charla científica “El aliento del mal”; a José Miguel Fonseca lo volvería a matricular a ver si esta vez sí aprende periodismo.
Roberto Zúñiga daría la cátedra “Cómo cepillar en 15 minutos”, Wilfredo Navarro daría la cátedra “Ética del transfuguismo político”, el comisionado Ramón Avellán daría la cátedra “Matar por la paz” y Moisés Absalón Pastora “La dieta del camaleón”, entre otros…
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