Producto de todo el arroz con chancho que está pasando en el mundo, es casi imposible —así como que la Chayo se rasure el sobaco— no pensar en una autoridad, un salvador, alguien o algo que pueda parar en seco los atropellos de masacradores como Putin “cabeza de rodilla de santo” y Daniel Ortega «Masacrín». A propósito de la protesta que hizo ayer el ex-embajador Arturo McFields en la OEA, hoy quisiéramos hablar de estos organismos supranacionales.
Nosotros los nicaragüenses ya conocemos bien esa senda de anhelar una ayudita internacional, la recorremos desde 2018. No sé ustedes pero su servidor, este huesudo que les escribe, en el 2018 cuando miraba las aplastantes resoluciones de la OEA, pegaba brincos de alegría, como que si andaba pajuelilla. Y estaba convencido —así como la Camila está convencida que sus diseños son fashion— que la salida de Masacrín estaba cerca.
No quiero aguadearle la fiesta a nadie, ni ser pesimista, porque yo al igual que ustedes quiero (con todo mi guacho) que se vaya este maje, pero todas esas condenas y resoluciones aprobadas en la OEA y la ONU, solo han hincado un pellizco en los cachetes pellejosos de Daniel Ortega. Le han entrado por un oído ceroso y salido por el otro peludo.
Que la frustración sirva de incentivo para investigar un poco más a fondo, por qué la ONU es como uno de los 87 hijos de Daniel Ortega, tan inútil.
Los Aliados paren a la ONU
Después de la Primera Guerra Mundial, se creó, bajo iniciativa de los EE.UU. —de los Yankees invasores diría aquel— la Liga de las Naciones. Sin embargo, esta iniciativa no tuvo tanto empuje, ya que a los añitos vino la SEGUNDA Guerra Mundial.
Luego de la Segunda Guerra Mundial —ahora sí sentaron cabeza los diapenca líderes mundiales— se crea las Naciones Unidas, bajo el liderazgo de los Aliados con el fin de evitar otra catástrofe mundial (o sea la tercera).
¡Sí! Ese principio jodido…
Hasta ahí todo bonito. La iniciativa de un organismo intergubernamental que busque la cooperación, la paz, el orden mundial y evitar conflictos se escucha de lujo. Todo pinta color rosa hasta que entra en juego el principio favorito de los masacradores, tiranos, dictadores y violadores de derechos humanos.
¿Ya saben cuál es?
¿Aún no?
¿Todavía Nelson?…
A ver te doy copia: es el principio de soberanía y no injerencia en asuntos domésticos de un país independiente. El favoritísimo de Ortega. El que mandó a tatuarse a todos sus embajadores. Los sapitos parecen grabación cada vez que leen las declaraciones en la ONU o en la OEA. Tipo barata de pueblo, repiten hasta el cansancio las palabras vacías “Injerencia”, “injerencista”, “soberanía” y “no intervención”. Todo mundo sabe que el papelito que leen es una inspiración más de la Vieja Arrimada, la que en su mente loca cree que es escritora, y que no significa nada.
Nos reímos del ridículo que hacen en estos organismos el Petipua Moncada, el Bigotito Fino Alvarado o el “pelo Sedal” Hermida, sin embargo, aunque no parezca, el principio de soberanía en el sistema internacional es serio.
El principio de soberanía y de no intervención hace del sistema internacional, un espacio sin una autoridad superior que decida qué es lo bueno o lo malo para un Estado. O que haga cumplir las leyes internacionales. Esto es así por diseño. Después de todo, nadie quiere un rey del mundo…
Pero como sabemos, esto significa que como los Estados son soberanos, en términos simples, pueden hacer lo que se les ronca la regalada gana.
Esto le gusta a los dictadores
Para alegría de los tiranos malandros, no existe ese gobierno mundial que les jale la chaqueta. Todos los países (independientes) están en el sistema internacional por su cuenta, en un salvase quien pueda, cada uno tras sus propios intereses y viviendo en una especie de anarquía.
Y aquí, justo aquí, es que entra la frustración. Aquí queremos introducir (con todo respeto) una critica a la ONU, a la OEA y cualquier otro organismo inter-gubernamental. Decimos que sirven para ni kaka, pero lo que detiene el avance es el muy apreciado —más que todo por los criminales— principio de soberanía. Prueba de esto son todas las condenas que ha redactado el Consejo de Seguridad de la ONU en contra de los oscuros deseos de Putin en Ucrania. El Señor ha hecho caso omiso a todo. Según mis fuentes en el Kremlin, Putin mandó a cambiar el papel higiénico rasposo, por las recientes condenas aprobadas en la ONU.
La solución no es una resolución
En vista que los super-pronunciamientos de la ONU o la OEA no hacen mucho a la hora de combatir los atropellos de los masacradores (por el bendito principio de soberanía), nos preguntamos ¿Hay algo que sí funcione? Usando la invasión rusa como ejemplo, podemos concluir que las sanciones son menos inútiles.
Sin entrar en mucho detalle (porque eso da para otra nota), podemos apreciar que las sanciones que han impuesto casi todos los países del mundo a la Federación Rusa, tienen a Putin arrinconado, sin aire y con cara de que pronto cae a la lona. A estas alturas, el chaparro se debe estar replanteando todas las decisiones que lo llevaron a este momento.
Así que hay esperanzas. Si con sanciones económicas, Putin se la está viendo pálida y chiriza, nosotros un día de estos tal vez nos echamos pa´ fuera a Masacrín. Así de una, sin tanta resolución, condena o pronunciamiento.
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