Yo, por lo menos, no hablo del boxeo. Ya les había contado que paso del deporte. Por eso, cuando veo a Román Gonzalez, lo que veo es un drama eminentemente nicaragüense: el muchacho pobre que gracias a su talento en el arte del golpe, se convierte en una estrella que alcanza fama y fortuna. No, en realidad no es una historia nicaragüense, pero nos gusta creer que lo es. Su atractivo es universal.
Quizás el elemento nica sea la naturaleza violenta del esfuerzo de superación. El boxeo demanda pericia física para propinar golpes, y la anuencia a recibirlos. Es una especie de sacrificio humano voluntario. Y en Nicaragua, al menos, nunca vemos a alguien de clase media o alta entrando a esas lides. Si boxean, es para mantenerse en forma, como quien corre para bajar de peso, o hace bicicleta montañera. Los que apuntan a una carrera profesional, siempre son jóvenes pobres. Según La Prensa, para febrero del 2020, González habría acumulado una fortuna de 3 millones de dólares. ¡Rápido! ¿Qué otra cosa podría haber hecho González para hacer esa cantidad de dinero? Exacto.
Después del ascenso, viene la caída: adicciones, socios sin escrupulosos, amistades aprovechadas, pobreza nuevamente. A juzgar lo que dicen los sabios del deporte, Román Gonzalez está en el pináculo de sus habilidades. Pero ya sufrió la caída que marcará su historia. Su derrota es moral.
12 rounds y una nación dividida
Este sábado 13 de Marzo, «El Chocolatito» protagonizó su pelea #53, disputándose el título de Peso Supermosca de la WBA con el mexicano Juan Francisco «El Gallito» Estrada. El mas Orteguista de los deportistas fue al estado más conservador del Imperio Yankee © (Copyright Masacrín © – Copyright Bacanalnica) para trabajar, y recibir su pago en dólares. Es extraño, como los ideales revolucionarios nunca se interponen a la hora de disfrutar la bondades del capitalismo. Esas son las contradicciones que nos hacen humanos, supongo. Los expertos vieron ganar a González, pero al final, las tarjetas de puntuación de los jueces favorecieron al mexicano. Estrada no sólo ganó el título. También se llevó un premio inusitado: la simpatía de la mayoría de los nicaragüenses. Antes de subir al ring, publicó en redes sociales una foto en la que sostiene la bandera nica a la par del pabellón mexicano. Es un gesto extraordinario, por lo inusual.
El deporte del nacionalismo
En lugar de atrincherarse en su identidad mexicana, Estrada se identifica con los nicas victimizados por la dictadura. No dudo de la honestidad del gesto, pero también puedo reconocer como funciona en la esfera psicológica del enfrentamiento. ¿Como se sentirá Gonzalez, al ver que sus compatriotas no cierran filas con él? Eso tiene que arder.
En vísperas de la pelea, podías reconocer a los nicas en redes sociales por cómo se expresaban entre dos polos: anticipación festiva y denuncia absoluta. En medio, oscilaban los que aclaraban que no apoyaban las afiliaciones políticas de Gonzalez, que igual querían que ganara porque ser conciudadano.
La mayoría de los deportes nacen de una especie de pacto: un grupo de gente se pone de acuerdo en un conjunto de reglas arbitrarias alrededor de una actividad física, lo articula como un evento, y lo presentan a un público que acepta consumir este entretenimiento dentro los parámetros definidos. Nos emocionamos porque queremos. Nos proyectamos en los jugadores. Invertimos tiempo, dinero y esfuerzo en seguirlos. De esa forma, el deporte es como los países, formados por fronteras arbitrarias que aceptamos cómo definitivas, determinantes sobre nuestra identidad. En vez de ligas, hacemos partidos políticos. Embonamos en ellos nuestra identidad. Pero tanto en el deporte, como en el país, lo más importante es la gente.
De estrellas y corderos de sacrificio
Los deportes pueden ser crueles. Desde que los romanos dejaban que los leones se comieran a los gladiadores, el dolor es reconocido como espectáculo. Hoy día, ningún animal se come al boxeador perdedor, pero el martirio es parte del show. En toda actividad física existe la posibilidad de un accidente, pero lo púgiles literalmente sangran para nuestro entretenimiento, ponen el cuerpo y sacrifican su bienestar de manera clara y contundente. Quizás el único deporte que se le acerca en costo humano sea el futbol americano – en la película «Concussion» (2015), Will Smith interpreta a un médico que descubre cuan malo es el daño acumulativo de su práctica en el cerebro de los jugadores-.
El «Chocolatito», como tantos otros boxeadores, se juega en el pellejo en el ring. Pero esa es su decisión. El 18 de Abril del 2018, otros nicaragüenses como él salieron de sus casas, sin saber que lo hacían por última vez. Iban a protestar por la reducción de las pensiones de los jubilados. Otros, por la desidia en atender el incendio forestal de la reserva de Indio Maíz. Algunos ni siquiera tenían una posición política en mente: iban al trabajo, a hacer mandados, a ver a un amigo. Estaban simplemente viviendo sus vidas.
Ese día, otra persona o personas – coff (Daniel y Rosario) coff –, en una posición de poder, decidieron que nadie podía protestar en las calles por ningún motivo. Y que esa acción debía ser respondida con violencia mortal. Otros tantos siguieron órdenes, halaron gatillos, mataron a gente inocente. Nicaragüenses como ellos. Esto pasó en cuestión de horas, días antes de que surgiera de la invención de un «golpe de estado», para justificar el uso de violencia letal. Claro, no hubo tal golpe de Estado. Y cuando de verdad pasa un golpe de estado, eso tampoco justifica ejecuciones sumarias. Que la dictadura derechista de Pinochet lo haya hecho en Chile no le da patente de corso a un dictador de izquierda para hacer lo mismo. Esa coartada empujó al país a otra especie de contrato social, brutal y corrupto. Si querés jugar a que sos sandinista esta es la regla que tenés que seguir: no importa cuánta gente haya matado, decí que #danielzekeda.
El Equipo Perdedor
Los días pasaron, y la violencia escaló. El pretendido diálogo para darle su «aterrizaje suave» al dictador fracasó estrepitosamente. En medio de esto, Ortega y Murillo desataron su propia iniciativa de propaganda, paralela a la represión criminal. El Payaso Pipo, y otras personalidades bailaron el zekeda sin pena, pero entre los propagandistas oficiosos, Gonzalez se las gana a todos. La visibilidad internacional de sus proezas deportivas lo hacen imposible de ignorar. Para muestra, aquí estoy yo, tratando de articular una opinión.
Su apoyo a Daniel Ortega y su proyecto político fue claro desde los inicios de su carrera – el «milagro» de la investigación que descubrió que su hermano empacaba talco como si fuera droga solo reforzó un lazo que ya estaba tendido -. Pero después de la masacre perpetrada en contra de civiles, en el marco de la represión a la Rebelión de Abril, se volvió desafiante. Sin rubor ni apologías, en su pelea del 15 de Septiembre del 2018, se encajó la gorra de la Policía Nacional en la cabeza. «Los azules son mis favoritos», la misma que portaba en manifestaciones orteguistas en Managua.
Gonzalez está en el selecto club del 25% de la población – si le damos crédito a las encuestas – que a estas alturas del partido, se identifican como sandinistas. ¿Cuánta gente debe ser asesinada, para que recapaciten? ¿Existirá un número? El «Chocolatito» es inmune a esos números. Su identificación política es mas importante que la vida de sus propios conciudadanos. En el futuro, él y los suyos serán como las ancianas que añoraban al General Somoza, porque nunca habían sufrido en carne propia su violencia.
Aja, ¿pero viste la pelea?
Nel, pastel. Tenía cosas más importantes que hacer, como editar mi segmento de La Última Mirada News, o ver una película. Hasta una de Marvel vería, antes que una pelea de boxeo. Por eso, no voy a opinar sobre la calidad deportiva del evento.
Si pude ver, gracias a la cobertura noticiosa, que González no pudo evitar hacer su aporte pasivo-agresivo a la pareja criminal. Le bajó el gas, de alguna manera. Atrás quedó el traje temático digno de disfraz de Halloween de la pelea pasada. La bandera rojinegra se redujo en tamaño en la calzoneta. La camiseta que se puso para recibir el fallo – que anticipa la campaña presidencial – parece hecha de prueba en una imprenta casera. Nada de eso quiere decir que ha cambiado de forma de pensar. Parecen intentos por aplacar la preocupación de promotores y empresas dedicadas a la comercialización del boxeo. Ellos sí se preocupan por las críticas en redes sociales. Puedo oírlos diciendo «Seguí apoyando a tu genocida favorito, sólo bájale el gas, por favor.»
¿Y nosotros, que hacemos?
Nada, por el momento. No puedo culpar a la gente que en medio de todo esto, mira la pelea y desea que este cómplice de la dictadura gane. Entre la represión y la pandemia, necesitamos pequeños remansos de distracción y banalidad – a pesar de que hasta eso nos han contaminado -.
Compartimentar es una habilidad crucial, que usamos para bien y para mal. La usamos para sepultar un trauma en el subconsciente, y seguir funcionando con aparente normalidad. También nos permite seguir escuchando la canción de ese músico que hizo cosas terribles, la película de ese director que acosó a una mujer, o leer el libro de un sujeto que cometió un crimen. O admirar un cuadro de Picasso, sin pensar en las cosas que le hizo a Dora Marr y otras musas. Y no es la primera vez que el tal «Chocolate» nos obliga a compartimentar. Y ya desde antes, muchos nicas le daban la espalda.
El tiempo dirá qué pasará con los colaboracionistas, los apologistas, los cómplices y los medias tintas. Ahora, toca esperar la revancha entre Gonzalez y Estrada. Algo me dice que esa bandeja rojinegra del uniforme será cada vez mas chiquita.
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