Más que los anuncios enlatados de Movistar o Claro. Más que todas las promociones de las tiendas y restaurantes. Incluso más que el olor a relleno o que las canciones re-quemadas que se oyen en las radios.
O como dice Augusto Mejía, más que todas las cadenas que reciclan cada año, o las publicaciones masivas navideñas en Facebook donde te etiquetan junto a otras 500 personas. O los mensajes grupales de «Feliz Navidad», en WhastApp, donde no cambian nada, solo reenvían el mismo que recibieron.
Más que todo eso, lo que me hizo recordar el verdadero significado de la Navidad es este video de hace unos días:
Sí, el pobre diablo que tiene que embucharse una bicha a toda velocidad, escondido atrás de un mostrador de tortillitas y que por el miedo a que lo agarre el CPF, sale corriendo no sin antes hacer el color de su vida ante la cámara escondida de la tienda.
Ese maje es todo lo que no quiero para navidad. Todo lo que está mal en el mundo. Es todo lo que no le deseo a nadie, ni a mi peor enemigo.
En cambio, quisiera que este día disfruten su bicha (o su chocolita, si son abstemios aburridos como yo) con toda su familia, con calma, en la comodidad de sus casas, sin miedo, ni prisa, platicando y chileando. Riéndose de las ridiculeces del año que acaba de pasar (hubieron muchas, hay de donde escoger).
Y si alguien los filma y hacen el cuadro, que sea por demasiada alegría y no como el pobre hombre del video. Es más, te prometo que si el primo maldito que te filmó, me manda tu video, no lo publico, porque gato no come gato y estamos en navidad.
Que la pasen deacachimba y me guardan relleno.
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